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Elham Zanjani y Elahe Arj: “Los actos fanáticos del EI se llevan haciendo en Irán décadas”

Carmen Rengel / EL HUFFINGTON POST / 18/04/2015

 

El mundo mira a Irán estos días en los que, tras meses de negociaciones, las grandes potencias mundiales y el régimen de los ayatololás han cerrado un acuerdo marcopara permitir, con límites, que Teherán siga adelante con su programa nuclear. El pacto parece alejar una amenaza para Oriente Medio y para el mundo -la posibilidad de que haya una potencia atómica más en el planeta- pero oculta las otras realidades que quedan lejos de las centrifugadoras y el uranio enriquecido: las ejecuciones, las torturas y el encarcelamiento de miles de disidentes, contrarios al gobierno iraní.

 

Elham Zanjani y Elahe Arj sacan a flote todo eso que queda oculto en estos días de gentil diplomacia. Ambas son miembros del Consejo Nacional de Resistencia Iraní(CNRI), creado en 1981 y que hoy se compone de 500 miembros, opositores del Gobierno de Hassan Rohani liderados por Maryam Rajavi. Han venido a España para participar en el I Congreso Internacional La Voz de las Mujeres Rurales en el Mundo, celebrado en Ciudad Real, y a denunciar una situación “perpetuada desde 1979, cuando se produjo la revolución en Irán y la esperanza de cambio se tornó en miedo al fundamentalismo de un nuevo líder supremo que no podíamos reconocer”, afina Zanjani.

 

El primer dato que exponen es un puñetazo sobre la mesa: desde que Rohani -tildado de moderado, pero clérigo bajo el mandato del líder supremo iraní, Alí Jamenei– llegó al poder en agosto de 2013, se han llevado a cabo 1.189 ejecuciones. 393 de ellas se anunciaron formalmente y el resto, 796, se han conocido gracias a la investigación de su organización. Entre los asesinados hay 19 menores de edad, 40 mujeres y 27 presos políticos. 70 de estas muertes fueron hechas en público, con cadalso -a veces con forma de árbol, de farola, de saliente en el cosido de una carretera- y con soga. La cifra es un récord en Irán, sostienen las opositoras.

 

Arj y Zanjani van apoyando sus palabras en las páginas de sus dosieres, los que cuentan las historias de los “caídos por la libertad”, como los llaman: la marcha de 500.000 personas contra el poder religioso en 1981, en la que entre los cientos de muertos hubo 200 niños; los 30.000 presos ejecutados por el Ayatolá Jomeini en 1988, sin que las familias lo supieran y sin que aún se haya aclarado dónde están enterrados; la fatwa por la que se ordenaba que todo rebelde debía ser condenado y ejecutado y por la que, además, todo arrepentido debía mostrar su contrición matando a uno de los disidentes; aquella otra que llama a violar a las niñas detenidas vírgenes porque, si no morían desvirgadas, no se les podrían abrir las puertas del paraíso; las portadas de la prensa enseñando fotos de detenidos en redadas que se habían negado a identificarse, “para que sus familiares reclamasen luego sus cuerpos”…

Casos que tienen nombre, recuerdan con firmeza y más dolor que rabia. Como el de Tahereh, líder feminista en la universidad, colgada de un árbol por las piernas, boca abajo, herida por varias cuchilladas, desangrada en un talud de la principal carretera de entrada a Teherán como lección para los subversivos. El de Akbar, decapitado en una plaza pública por unos panfletos. El de Zahra Kazemi, fotógrafa, que cometió el error de tomar imágenes a unos prisioneros. O los de los padres Michaelian, Mehr y Dibaj, curas cristianos sometidos también, como otras minorías religiosas, por los ayatolás.

 

“Hemos documentado hasta 64 tipos de tortura diferentes. Todos los actos fanáticos que ahora comete el Estado Islámico (EI) y que tanto indignan a la comunidad internacional se llevan haciendo en Irán desde hace décadas. Es lo mismo. Extremismo”, denuncia Elahe Arj, exiliada en Francia tras ser una portavoz estudiantil perseguida en sus tiempos de universidad.

 

EN CARNE PROPIA

Elham Zanjani es en sí misma testigo de la persecución. Nacida en Montreal en 1978, nunca ha pisado su país pero eligió “ser parte del pueblo iraní”. En 1998, a los 21 años, se marchó al campo de refugiados de Ashraf, en Irak, cerca de la frontera con Irán, hogar de la resistencia desde 1986. A sus residentes se les debería haber aplicado la Cuarta Convención de Ginebra, como refugiados políticos. Se les debería haber dado la protección prometida por el Gobierno de Bagdad, a instancias de Estados Unidos. Pero nada de eso llegó. El campo fue atacado 26 veces por orden del entonces primer ministro iraquí Nuri al Maliki, destruyendo lo que era en realidad: una ciudad plena con su campus, sus museos y sus mercados.

En el ataque definitivo, en 2009, hubo 117 muertos. Zanjani resultó herida por una granada que le estalló entre las piernas cuando trataba de atender a los heridos. Sufrió daños severos en los muslos y en las manos. Meses le costó volver a andar. Su abrigo rosa chicle oculta los antebrazos en los que falta músculo y se aprecian las quemaduras y cicatrices. Se salvó porque una compañera la puso en una camilla. Mientras lo hacía, su benefactora fue alcanzada por un disparo.

 

En su memoria, los rostros de Asieh, la joven que lo grabó todo y lo colgó en Youtube, o de Saba, a la que los médicos iraquíes negaron una transfusión de sangre. “Su padre se ofreció para donar pero no se lo permitirían a menos que dejase de formar parte de la oposición… La cercanía de Al Maliki con Irán es clara. Cuando ella se enteró, se negó a que su padre hiciera esa renuncia. Murió a las pocas horas”, denuncia Zanjani.

Ashraf desapareció y los supervivientes se trasladaron a un nuevo poblado, Campo Liberty. “Estaréis en este lugar semanas, en unos 40 metros cuadrados”, les dijeron. Aún están ahí, y en menos de la mitad del espacio prometido, en casas prefabricadas muy precarias. “Es como la Edad de Piedra”, relatan las dos activistas. Apenas hay agua y luz y la gente muere sin permiso para salir del recinto a tratar sus enfermedades. Van 27 muertos en tres años por este motivo. En el viejo campo de Ashraf, donde se quedó un retén de cien personas para proteger lo creado en estos años, otro ataque en 2013 dejó 52 muertos. Washington, antes de dejar Irak, había prometido plena protección para estos iraníes.

 

Los miembros del CNRI -que llegaron a ser catalogados por la comunidad internacional como “terroristas” ante las “presiones económicas” de Irán y su petróleo y que hoy son aclamados como la verdadera oposición a Teherán- sostienen que su país “está listo” para una revolución que barra a los ayatolás del poder, más allá de laprimavera iraní que se vivió en 2009. Los ciudadanos no quieren, sostienen, ni dinero ni armas, “sólo que el mundo rompa los lazos económicos con el país y les haga insoportable seguir con su régimen” a los religiosos.

“En un estado donde se ejecuta a gente, donde un padrastro se puede casar con su hijastra… No estamos con el Gobierno. Los signos de alegría tras el acuerdo nuclear son de una minoría. No hay motivo para fiestas”, apunta Zanjani. ¿Entonces no apoyan el pacto inicial del G5+1 con Teherán? “Nosotros fuimos los primeros en alertar del peligro de un Irán nuclear. No es un gobierno quien tendrá esos avances, sino unos fanáticos, eso no hay que olvidarlo. No somos Pakistán ni Corea del Norte, sino que la base de Irán es hoy fundamentalista, por eso es una amenaza para el mundo”, abundan.

 

LA SITUACIÓN DE LAS MUJERES

“Mejoraré las condiciones de las minorías, como las mujeres”, prometió Rohani a su llegada al Gobierno. Pero nada ha avanzado desde 2013, vocean estas dos activistas. La mujer en Irán sigue atrapada por el islamismo imperante, no tiene nada que decir en un divorcio o la custodia de un hijo, su palabra vale la mitad que la de un varón en un juicio y tienen vetado estudiar más de 70 carreras.

Un 98% de tituladas universitarias no tienen trabajo porque nadie se lo da -la mujer, mejor en casa-. Las que trabajan deben pedir permiso al esposo para viajar, por ejemplo, a una conferencia. Mucho más profundo que si se obliga o no se obliga a usar el chador.

Los opositores han editado publicaciones especiales sobre mujer entre las que incluyen la lista de los principales castigos que reciben en el Irán actual: los arrestos arbitrarios, la persecución de la vestimenta, la intimidación psicológica y física, la “encarcelación en condiciones insoportables”, las ejecuciones, las restricciones en la política o el deporte, la persecución ideológica o el veto al desarrollo educativo.

“Pero no podemos ceder. El cambio vendrá por la mujer o no vendrá. Somos instrumentos de justicia y de paz. Y un día, pronto, se verá en Irán”, aún confían Elham Zanjani y Elahe Arj.