Por Charles Krauthammer– The Washington Post
La búsqueda, que ya cumple 30 años, de iraníes “moderados” continúa. En medio del entusiasmo por el último avistamiento, vale la pena recordar que el punto culminante de la debacle armas-por-rehenes en Irán fue el viaje secreto a Teherán realizado por Robert McFarlane, el ex asesor de seguridad nacional del Presidente Reagan. En esa ocasión llevó un pastel con forma de llave simbolizando las nuevas relaciones que estaba abriendo con los “moderados”.
Todos sabemos cómo terminó eso.
Tres décadas después, el espejismo reaparece bajo la forma de Hassan Rouhani. Extraño curriculum para un moderado: 35 años de servicio inquebrantablemente leal a la República Islámica como ayudante cercano a los Ayatollahs Khomeini y Khamenei. Más aún, Rouhani fue uno de los únicos 6 candidatos presidenciales, mientras otros 678 fueron descalificados por el régimen como ideológicamente inadecuados. Esto le pone en el percentil 99 de lealtad.
Rouhani es agente de Khamenei pero con una sonrisa y estilo, es ahora visto como el rostro de la moderación iraní. ¿Por qué? Porque Rouhani quiere mejores relaciones con Occidente.
Bueno, ¿qué líder no querría algo de alivio de las sanciones occidentales que han hundido la economía iraní, devaluado su moneda y causado dificultades generalizadas? El examen de la moderación no es lo que se quiere pero qué tanto se está dispuesto a dar. Después de todo, las sanciones no fueron impuestas a Irán por diversión. Se dieron para reforzar múltiples resoluciones del Concejo de Seguridad de Naciones Unidas que exigían un alto al enriquecimiento de uranio.
Sin embargo, en sus acaramelados editoriales, su discurso de Naciones Unidas y varias entrevistas, Rouhani no cede un milímetro respecto al enriquecimiento de uranio. Es más, ha negado en repetidas ocasiones que Irán esté buscando alcanzar el desarrollo de armas nucleares. O que alguna vez lo haya intentado. Tan transparente falsedad – ¿qué país nadando en petróleo sacrificaría su economía solo para producir electricidad nuclear que países avanzados como Alemania ya están incluso abandonando?- es difícilmente la base de una negociación exitosa.
Pero una negociación exitosa no es lo que buscan los mullahs. Quieren alivio de las sanciones. Y más que ninguna otra cosa, quieren comprar tiempo.
Para hacer una bomba nuclear se necesitan alrededor de 250 kilogramos de uranio enriquecido en un 20 por ciento. El Organismo Internacional de Energía Atómica reportó en agosto que Irán ya tiene 186 kilogramos. Esto deja a los iraníes en el umbral de llegar a la bomba. Están agregando 3.000 nuevas centrifugadoras de alta velocidad. Necesitan solamente un poco más de charla, estancamiento, sonrisas y juego de parte de un crédulo Occidente.
Rouhani es el hombre apropiado para hacer exactamente esto. Como jefe del equipo negociador de Irán entre 2003 y 2005, se jactó en un discurso al Concejo Supremo de la Revolución, “mientras estábamos hablando con los europeos en Teherán, estábamos instalando equipamiento en las instalaciones [de conversión de uranio] en Isfahan… de hecho, al crear un ambiente calmo, pudimos completar el trabajo en Isfahan.”
Tal es su desprecio por nosotros y ya ni siquiera esconden su estrategia: hacer girar las centrífugas mientras hacen girar a Occidente.
Y cuando el presidente de la única superpotencia del mundo pide un apretón de manos para la foto con el presidente de un régimen que, en propias palabras de Obama, asesina y secuestra y aterroriza americanos, el asesino-secuestrador no se digna a aceptar el homenaje. Rouhani lo rechazó.
¿Quién puede culpar a Rohani? Ofrecer unas pocas palabras agradables en una editorial de opinión saludando una nueva era de relaciones internacionales no-de-suma-cero, y ver los medios y la administración desvanecerse inmediatamente ante las visiones de distensión.
Distensión es difícil con un régimen cuyo favorito refrán, alimentado a frenéticas reuniones de masas es “Muerte a América.” Distensión es difícil con un régimen oficialmente comprometido, como política nacional y deber religioso, a la erradicación de un estado miembro de las Naciones Unidas, a saber, Israel. No se puede más suma-cero que esto.
Pero al menos tenemos que hablar, dicen los entusiastas. Como si no hubiéramos estado hablando. Durante una década se encadenaron una tras otra las negociaciones de cada manera posible: el EU3, el P5+1, después las negociaciones finales, ultra finales, de última oportunidad en el 2012 llevadas a cabo en Estambul, Bagdad y Moscú en la cual los iraníes se negaron a incluso considerar el asunto nuclear, declarando el asunto como cerrado. Además aún dos rondas más inútiles este año.
Yo estoy a favor de las negociaciones. Pero solamente si es para hacer algo real, no para acabar el reloj mientras Irán consigue la bomba. La administración dice que quiere acciones, no palabras. Bien. Pídanle una sola prueba de buena fe. Honrar las resoluciones de Naciones Unidas. Suspendan el enriquecimiento de uranio y hablaremos.
Por lo menos eso detiene el reloj. Cualquier otra cosa equivale a ser engañados.
Y respecto al agente de Khamenei que encanta pero que declara que el enriquecimiento es un derecho inalienable, que sonríe pero que se niega a dar la mano al presidente: cuando Noticias NBC le preguntó si el holocausto era un mito, Rouhani respondió: “no soy un historiador, soy un político.”
Moderación iraní en acción.
Y, ya que hablamos, ¿saben quién fue uno de los tres iraníes “moderados” con quien trató el portador de pasteles McFarlane en el fatídico encuentro de armas-por-rehenes en Teherán hace 27 años? Hassan Rouhani.
Nunca aprendemos.