Friday, March 29, 2024
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Irán tiene su ‘bomba’ desde hace cuarenta años

En las últimas semanas hemos asistido a lo que se ha considerado la culminación de un larguísimo proceso de negociación entre EEUU y el régimen fundamentalista islámico por antonomasia

AUTOR : BEATRIZ BECERRA

En las últimas semanas hemos asistido a lo que se ha considerado la culminación de un larguísimo proceso de negociación entre Irán y Estados Unidos sobre su programa nuclear. La declaración de principios del 2 de abril en Lausana pretende ser la base sobre la que negociará un pacto definitivo que habrá de firmarse antes del 1 de julio. Conlleva una significativa reducción del programa nuclear iraní a cambio del levantamiento de las sanciones económicas que pesan sobre el país cuando la Agencia Internacional para la Energía Atómica (AIEA) verifique que se han dado los pasos acordados, con posibilidad de restablecer las sanciones si no hay un cumplimiento satisfactorio. El objetivo, cómo no, es garantizar su “naturaleza pacífica” y posibilitar la reincorporación de Irán al escenario político internacional, como actor clave, por su dimensión y peso geográfico, demográfico y económico, en Oriente Medio.

La República Islámica de Irán es el régimen fundamentalista islámico por antonomasia. En 1979, tras el golpe de Estado de los chiitas, se crea un Estado teocrático que rige sus destinos por las normas de la Sharia, la ley islámica. Un Estado donde los ciudadanos pueden votar al presidente y al Parlamento, pero cuya máxima autoridad la ostentan los líderes religiosos, los mullahs, que aprueban o desaprueban a los candidatos. Y es el líder supremo, el ayatolá, quien ostenta el verdadero poder como “jefe de Estado”. Un poder omnímodo sobre lo divino y lo humano.

Desde entonces, en todo el mundo islámico ha habido quien ha querido seguir el ejemplo iraní. No hace falta recordar lo que ocurrió en Afganistán con la secta talibán. Ni lo que propugna el salvaje y territorialista Estado Islámico en Irak y Siria. Cuando (o entretanto) el integrismo islámico no consigue tomar el poder político para organizar el Estado según sus preceptos, toma cuerpo y protagonismo la solución terrorista, santificada por la misión de “difundir el bien y prohibir el mal” de la yihad, la guerra santa. En este largo período de oscuridad, el régimen fundamentalista iraní ha torturado y ejecutado a más de ciento veinte mil personas, decenas de miles de ellas mujeres. Pero no es algo del pasado, de los turbios tiempos de Jomeini, no se equivoquen: ocurre ahora, en nuestros días. Desde la llegada a la presidencia en 2013 del llamado progresista y moderado Rohani, y ante el silencio cómplice de buena parte de la comunidad internacional, más de un millar de prisioneros iraníes han sido ahorcados, decenas de ellos mujeres. Recordarán ustedes quizá el caso reciente de Reyhaneh Jabbari, ejecutada el pasado octubre en la horca tras siete años de prisión por haberse defendido de un alto funcionario que quiso violarla. Y la cuenta sigue creciendo por docenas en 2015.

También ahora, en nuestros días, en pleno 2015, a las mujeres iraníes se les niegan sistemáticamente sus derechos civiles, individuales y sociales. Siguen en vigor leyes que imponen el velo obligatorio a base de humillar, arrestar y azotar a las mujeres que no lo llevan o se decide que no lo llevan adecuadamente, incluyendo recientes ataques con ácido ampliamente tolerados. No se les permite asistir a eventos deportivos en un estadio, o simplemente cantar. El afán permanente de exclusión de lo social es el reflejo de la voluntad política de anularlas, y convertirlas simplemente en máquinas de procreación. El objetivo de Jamenei es duplicar la población para 2050 y alcanzar los 150 millones de habitantes. Para ello, no solo se están aboliendo los programas de planificación familiar y el bloqueo del acceso a servicios vitales de salud sexual y reproductiva, sino que además están en marcha medidas dirigidas a fomentar el matrimonio a edad temprana, la maternidad repetida y unos índices de divorcio más bajos, como permitir la discriminación de mujeres solteras o sin hijos a la hora de solicitar un empleo, dificultar el divorcio y evitar la intervención policial y judicial en conflictos familiares, incluidos los que conllevan violencia contra las mujeres.

Sí. Que no les confundan. Esto es Irán, el epicentro del fundamentalismo islámico. El campo de pruebas musculado y triunfante. El maestro y la referencia de la opresión y la involución a través del enriquecimiento del uranio esencial: la misoginia.

Entretanto, el doble discurso del presidente iraní Rohani, y del líder supremo, Jamenei, es una clara muestra, a mi entender, de que su ambición destructora de libertades no tiene límites: el primero lo considera “un acuerdo general”, no un plan de acción, como lo denominan las potencias occidentales, y se ha desmarcado con la interpretación (y exigencia pública) de que el preacuerdo implicaría la revocación automática de las sanciones; el segundo, asegura no estar a favor ni en contar al no conocer los detalles, y no ser muy optimista… Sin la firma y aprobación oficial de Jamenei, no hay bloqueo nuclear que valga. Nunca se contentan, ni se puede esperar ecuanimidad o fiabilidad en sus compromisos. Por eso con ellos sólo vale la firmeza. Especialmente ahora que las sanciones y el bloqueo internacional tienen al régimen asustado, temeroso de revueltas imparables.

Irán es más vulnerable que nunca. Para el tercer país con mayor inflación del mundo, solo superada por sus socios Venezuela y Argentina, el único objetivo es lograr que se levanten esas sanciones para poder sobrevivir. Pero, para garantizar la paz y desactivar la amenaza nuclear, sólo cabe el cumplimiento de las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas… que no se contempla en el acuerdo de Lausana. Ser indulgentes y hacer concesiones a uno de los regímenes menos confiables del mundo solo le da más tiempo para fortalecerse. El estado islámico iraní ha invertido muchísimo tiempo y dinero en conseguir armas nucleares para garantizar su supervivencia. Pretender buscar una alternativa al fundamentalismo y a la financiación del terrorismo dentro de este régimen es abocarse a un callejón sin salida. Como diría la líder de la resistencia iraní en el exilio, Maryam Rajavi: es de ilusos pretender que el pirómano apague el fuego. Hacer concesiones a este régimen en las negociaciones nucleares va contra el interés del pueblo sometido de Irán y de toda la región, y dinamita la construcción de la paz y la seguridad global. La única alternativa es la firme exigencia de garantías de libertades democráticas, respeto a los derechos humanos y riguroso control de la desnuclearización.

El fundamentalismo no es solo el enemigo de las mujeres musulmanas, sino de todas las mujeres y, por ende, de toda la humanidad. Es una amenaza global e integral contra la paz y la seguridad, abierta y sin disimulos, que crece sobre la opresión, el terror y el miedo. La historia universal de lucha por la libertad y la igualdad de las mujeres es el mayor enemigo del fundamentalismo: por ello, sin duda y con toda intención, las mujeres son sus primeras víctimas y su principal objetivo de destrucción.

¿No les parece una compleja y efectiva bomba nuclear? ¿Es o no la misoginia el uranio enriquecido de esta determinación destructiva inapelable?

*Beatriz Becerra es eurodiputada de UPyD.
Fuente: El Confidencial